El árbol en mi ventana: Tom
En los últimos lugares donde he vivido, he tenido la grandísima suerte de tener un árbol frente a mi ventana. Es algo bastante único si consideramos el tiempo que toma para que un árbol crezca y el hecho de escoger un lugar sin esperar algo así; es una casualidad bastante linda.
En el último lugar, desafortunadamente, después de unos meses de vivir allí, el municipio decidió cortar varios de los árboles que decoraban los alrededores, supuestamente por motivos de seguridad.
Antes de que comenzara el proceso, le tomé un montón de fotos. Era casi como si quisiera decirle que su memoria sería conservada.
Había estado allí por tantos años, tantas estaciones, y en muy poco tiempo desapareció de mi vista por completo. Fue muy triste, la verdad.
Su perímetro era súper grande y duraron muchos días en llevarse la raíz, que luego solo quedó a un lado de la calle.
Ahora vivo en otra ciudad y tengo otro árbol frente a mí. No es tan grande como el anterior, pero de nuevo me hizo pensar en ese árbol.
El árbol en mi ventana: Tom
Había una vez un árbol llamado Tom. Tenía muchos años de vivir en la calle 86. Tom había visto de todo. Estaba tan cerca de la calle que vivía inmerso en el caos de los carros y el bullicio de Wrocław.
Tom, al igual que todos los árboles de su especie, vivía feliz a su manera. Le habían respetado su vida y era parte de la comunidad y de la vista de los vecinos. De vez en cuando, hasta podía interactuar con los perritos que le hacían cosquillas en su tronco.
Tom era el único que quedaba de una línea de familia que ya no era visible, pero seguía viva en sus raíces y ramas.
Tom no lo sabía, pero era mi parte favorita de las mañanas. Verlo por la ventana me recordaba lo verde, lo vivo, el simbolismo de la naturaleza y los bosques.
Aunque Tom estaba solito, de alguna forma, a lo lejos en la calle opuesta estaba Mary, también sostenida por los años ya que ambos parecían haber llegado al mismo tiempo. A la misma altura se veían a lo lejos, acompañados por el constante movimiento y las estaciones.
Cada mañana, al mirar a Tom desde mi ventana, no podía evitar pensar en cuántas historias habría visto en su larga vida, cuántas raíces invisibles lo unían a su entorno, y cuán vacío sería el mundo sin él.
Cuando un árbol como Tom o Mary desaparece, no solo se pierde un pedazo de verde; se pierden recuerdos, refugios, y esa tranquilidad que solo la naturaleza sabe dar. Cada árbol es una historia viva que merece ser cuidada y respetada.
Estoy segura que hay muchos Tom o Mary cerca de tu hogar. Cuídalos, admíralos y si es posible, vota en tu municipio para que haya más ventanas que se llenen de verde. Los niños y niñas necesitan crecer rodeados de esas presencias silenciosas pero tan necesarias para su salud mental y el futuro del planeta.
El árbol en mi ventana: Tom fue inspirado después de leer “The Future We Choose”, una de mis lecturas del mes y que recomiendo bastante.
Planting a tree, or simply letting seedlings grow in our own backyards, represents something we can do now to reignite our hope for a better future.” – Susan Cook-Patton
The Tree Outside My Window: Tom was inspired after reading The Future We Choose, one of my reads this month that I highly recommend.
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The Tree Outside My Window: Tom
Once upon a time, there was a tree named Tom. He had lived for many years on 86th Street. Tom had seen it all. He stood so close to the street that he was immersed in the chaos of cars and the hustle and bustle of Wrocław.
Tom, like all trees of his kind, lived happily in his own way. His life had been respected, and he was part of the community and the view cherished by the neighbors. From time to time, he even got to interact with dogs that tickled his trunk as they passed by.
Tom was the last remaining member of a family line that was no longer visible, but still alive through his roots and branches.
Tom didn’t know it, but he was my favorite part of the mornings. Seeing him through my window reminded me of greenery, life, and the symbolism of nature and forests.
Although Tom stood alone, somehow, far off on the opposite street, there was Mary. She, too, was held up by the years, as both seemed to have arrived at the same time. At the same height, they could see each other from afar, accompanied by the constant motion and the changing seasons.
Every morning, as I looked at Tom through my window, I couldn’t help but think about how many stories he must have witnessed in his long life, how many invisible roots connected him to his surroundings, and how empty the world would feel without him.
When a tree like Tom or Mary disappears, it’s not just a piece of green that’s lost; memories, shelters, and that tranquility that only nature can offer are also gone. Every tree is a living story that deserves to be cared for and respected.
I’m sure there are many Toms or Marys near your home. Take care of them, admire them, and if possible, vote in your local council to make sure more windows are filled with green. Children need to grow up surrounded by these silent yet essential presences—for their mental health and the future of the planet.